BOEDO se lava la cara en el tiempo

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6 min readSep 1, 2022

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Por Abel Posadas

En una tarde de septiembre de 1962 decidí tomar el subte en Constitución. Era nuevo en la ciudad y me decidí por embarcarme hacia Boedo.

En aquel tiempo el trayecto Constitución-Boedo era elegido por quienes se internaban por el sur de la capital. Era rápido y limpio. En la terminal y de manera tentativa subí las escaleras para encontrarme con una avenida de doble mano y empedrada. En ochava distinguí un viejo bar que luego supe era el Homero Manzi. En aquella época, una vez que se entraba al local, ni por broma uno podía internarse en el Reservado para Familias. Debía quedarse con los solitarios caballeros que parecían no salidos de un tango, sino más bien del mercado viejo de la Avenida San Juan. Desde aquel primer día descubrí que había gente con papel y birome en alguna mesa -¿levantaría quiniela?-, y los que leían algún libro no parecían insólitos parroquianos. Instalado con el sempiterno café doble pensé en la letra de aquel tango: “De Boedo hasta Montmartre/hay un paso nada más”. Sí, pero ¡qué paso! Muchos años antes, los tangueros y los del género chico soñarían con París desde Buenos Aires y a partir de Boedo. Y también muchos años después.

A los poco atrevidos o directamente cobardes como yo les quedaba mirar en aquel septiembre las ruinas de un teatro donde se había ofrecido Maridos modernos, con una compañía encabezada por Noemí Laserre, Ricardo Paisano y Ricardo Lavié. Espiando el interior abandonado pensé en la cantidad de actores que habían desfilado por ese lugar e incluí a Eva Duarte, que en los años 30 pasó por allí en repetidas ocasiones. Imaginé que los actores irían por algún tentempié al Homero Manzi aunque si caminaban unos pasos terminarían en el Margot –en Boedo y la cortada San Lorenzo- para saborear un sándwich de pavita, o bien en pleno invierno se refugiarían en el Trianón. De todos modos y por la tarde, el Margot era conveniente porque en el primer piso estaba la sastrería teatral que era famosa en todo Buenos Aires. Alcancé a conocerla con la gente de El Gorro Escarlata que dirigía David Cureses. Y en verano, a tomar un helado a Leoyak, ahí en Independencia y Boedo.

En aquel año, no sabía que Boedo formaba parte de Almagro, porque recién ganó su independencia en 1968 –el 11 de junio-. Esto, si la Junta de Estudios Históricos del barrio no se opone-. Retrocedemos ahora, cruzamos San Juan y nos vamos al cine El Nilo. En los años 20, en el terreno que ahora ocupa El Nilo, funcionó allí el circo de los hermanos Reinaldo, uno de cuyos componentes se fue al elenco estable de Radio El Mundo. Lo que no parece verdad pero fue así, pude mirar dos películas desde un palco, lo que me hizo formar parte de la pantalla. Al salir me di cuenta de la abundancia de trolleys porque los tranvías se habían ido camino del recuerdo.

INSÓLITA PASIÓN DEL PAJUERANO

Fui por San Juan hasta Loria y doblé hacia la izquierda una cuadra. Al llegar a Humberto Primo me encontré con un edificio descascarado en el que pude leer: Teatro Florencio Sánchez. Una amiga actriz me aclaró que Rubén Pesce y Marita Bataglia se encargaban de administrar el lugar y que estaban ofreciendo La viudita del conde Laurel. Asistiría luego a varias funciones de distintas obras y en 1970, a una insólita proyección de cine silente con el reestreno de El pañuelo de Clarita de Emilia Sileni y un documental sobre el entierro de Rodolfo Valentino. Luego del golpe de 1976 todo esto fue devorado por el fuego, mágico elemento elegido por aquellos militares.

En aquel 1972 me llegué hasta la más moderna de las salas, el cine Cuyo, ahí en pleno Boedo y todavía en pie, muy orondo y orgulloso. Desde el superpulman podían verse las películas con toda claridad y el sonido anticipaba cómodamente al sensorround. Más antiguo y más modesto, el Nilo –cruzando la calle- entregaba cantidad de películas europeas, aunque había que sacrificarse y soportar el frío y el calor. A la salida podíamos llegar a la democrática pizzería La Flor, o a tomar un café en el Trianón. Si todavía no era de noche, podíamos inspeccionar en la esquina de Independencia el frontispicio de venecitas –pequeños azulejos de 2cm x 2cn- que hasta el día de hoy nadie sabe quien se tomó el trabajo brillante y único en Buenos Aires. En 1962 no importaba que se hiciera de noche porque las avenidas del barrio eran un constante fluir de gente. Y en las laterales, si el frío no era excesivo, los vecinos sacaban sus sillas a la calle.

VECINDARIO DISCUTIBLE

Desde José González Castillo hasta Homero Manzi, desde Lubrano Zas o Leónidas Barletta, hasta Rosa Rosen y Mercedes Simone, varios creadores ilustres fueron vecinos de este barrio. Cuando lo recorrí por vez primera, cuando supe que ese era mi lugar en Buenos Aires, no sabía que tanta gente famosa me había precedido, incluyendo a los que integraban la editorial Claridad, en Boedo 837. Pero la vieja tradición de los payadores se había ido por completo en los años 20 del siglo pasado. Habían cedido su lugar a la gente del tango, del teatro y a los escritores y poetas. Los anarquistas y socialistas ya formaban parte del recuerdo y hoy no es seguro que Alfredo Palacios se haya sentado en una de las mesas del Margot. En estas pocas cuadras se acumulan fantasmas que duermen en la cortada Oruro –parte de Carlos Calvo y sigue hasta Garay-Es una curiosidad pensar que por ese lugar iba el trencito de la basura a fines del XIX y comienzos del XX para llegarse hasta la quema. Y también lo es el que en Loria y San Juan floreciera el café del Carpintero, mudo testigo de las reuniones de los bohemios de la época.

Como nada se detiene, el subte siguió su camino hasta Plaza de los Virreyes, los cines desaparecieron, llegaron los supermercados y las superfarmacias, el viejo bar Homero Manzi fue disfrazado para entretenimiento de los turistas, hubo una inundación de bares ilustres donde los precios también son ilustres y, por iniciativa de los vecinos, en la antigua terminal de tranvías floreció la plaza del barrio. En aquella terminal Mario Soffici rodó la secuencia nocturna de El extraño caso del hombre y la bestia, en la que Mr. Hyde huye del tugurio fabricado en la SONO. Y, del mismo modo, la pareja de jóvenes se encuentra una noche de lluvia y se ampara en lo que es hoy el albergue Bariloche –Una cita con la vida de Hugo del Carril-. El empedrado ha desaparecido y los habitantes de la zona a pesar de la transformación socioeconómica, se niegan en verano a acostarse temprano. Es, además, un barrio de gerentes combativos. Y los jóvenes no han logrado que prosperen los snack de cualquier tipo. Hubo un momento en los años 90 en que hubo locales abiertos toda la noche para consumo de Internet y bebidas. Entró la droga y todo se evaporó como por arte de magia.

Creo que vale la pena poner se relieve la intensa actividad teatral –de Eurípides a Vacarezza- que se llevó a cabo antes de la pandemia, tal vez mucho mayor que en otros barrios de la ciudad. Se obligó de esta manera, a los empigorontados habitantes de la zona norte a correrse hasta aquí para ver si no a Vacarezza, por lo menos a Eurípides.

De paso, ahora que la pizza ya no es democrática, al menos en cuanto a precio, se dedicaron a manducarla con gusto.

En cuanto a los intelectuales y pseudofamosos que andamos por aquí, bien gracias, nos esquivamos de la manera más elegante posible. Comparados con quienes nos precedieron, somos poca cosa. Tal vez el barrio nos prefiera de esta manera.

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